Es imposible evitar las lágrimas de felicidad, al recordar el camino recorrido para llegar aquí. Desde mis montañas antioqueñas, la paz de mi pueblo, mi hogar, mi familia.
Jamás imaginé siquiera, salir de casa, de mi país, por estar dentro de la burbuja conformista en la que están inmersas muchas, por no decir todas, las personas de los sectores rurales, esa en la que se sienten a gusto: sueñan con progreso, pero no hacen algo para alcanzarlo, siempre esperando a que otro lo haga.
Con la formación familiar que recibí, y las experiencias académicas y formativas que tuve la oportunidad de vivir, me di cuenta que los sueños se quedan en sueños si no luchas por ellos; que las oportunidades están ahí, cerca o lejos, no importa, solo debes arriesgarte a buscarlas; dejar el miedo al cambio, cada uno es el conductor de su vida y tiene toda la libertad, mezclada con la mayor responsabilidad, de llevarla hasta ese punto donde la estabilidad, la paz y la felicidad sean mayor a los fracasos y problemas.
Convencida de que Colombia es el país más diverso del mundo, que en el campo está el futuro, que se puede generar un cambio con cada aporte, que la educación es fundamental para generar distintas panorámicas de lo que se vive y poder visualizar nuevos horizontes, inicié el sueño: ZAMORANO.
Esta idea de una joven soñadora fue vista como una locura, un imposible. Recibí comentarios como: “sin dinero no se puede”, “eso no es para gente como nosotros”, “puede ser mentira”, “como te vas a ir para otro país si puedes estudiar aquí”, “es peligroso”.
Consciente de la oportunidad que representaba estudiar en la Escuela Agrícola Panamericana, hice oídos sordos a quienes intentaron opacar mi sueño y me aferré a quienes me apoyaron siempre. Me presenté al examen de aptitud académica para aplicar, un cúmulo de emociones me invadían en ese momento y miles de pensamientos pasaban por mi mente, pero siempre enfocada en dar lo mejor de mí, y así fue como luego de dos meses recibí un correo en el que me notificaban que había sido aceptada en Zamorano.
Ese fue el momento más anhelado, pero a la vez el más temido por mí, sentí emociones inexplicables: felicidad, miedo, expectativa, incertidumbre… El sueño se estaba convirtiendo en una realidad, pero necesitaba mucho dinero, mi familia aunque quisiera ayudarme no podía cubrir tal monto, y sabiendo que la lucha debía continuar, toqué muchas puertas: unas indiferentes, unas negativas, otras calladas, hasta que encontré aquella que me la abrió, la FUNDACIÓN SOFÍA PEREZ DE SOTO.
Destino o casualidad, ¿quién sabe? Pero ahí estaba yo, por fin había recibido una respuesta positiva de apoyo económico. Con su apoyo, bonita labor, motivación, confianza, me dieron la posibilidad de que esa realidad anhelada estuviera cada vez más cerca.
La Escuela agrícola Panamericana me dio igualmente su apoyo, algunos graduados Zamoranos, apostaron por mí: los ingenieros Hernán Jaime Jaramillo y Gustavo Córdoba, y el Doctor Carlos Eduardo Mesa.
Pareciera algo increíble, aquí no aplica el dicho “de eso tan bueno no dan tanto”, en este caso dieron más de lo que esperaba.
¿Cómo negarme a cumplir mi sueño? sólo tenía que tomar la decisión de emprenderlo, de arriesgarme a vivir una nueva experiencia personal y profesional que podría ser la mejor, había que descubrirlo.
Salir de casa fue difícil, alejarme de la familia, estar sola, convivir con personas desconocidas, estar en otro país. Todo representó un RETO personal y profesional para mí, y tomé la decisión de aceptarlo, tomar riesgos y emprender un camino desconocido e incierto, pero siempre de la mano de Dios y apoyada en mi sostén más firme, la familia.
El 4 de enero del presente año comencé esta aventura, llena de vivencias y experiencias, fue un tiempo de adaptación difícil, pero al compartir con tan maravillosa diversidad cultural he creado lazos de verdadera amistad, una familia, y esta unida a una formación académica de calidad, con docentes muy profesionales dispuestos a formar en excelencia dentro de cada especialidad.
Lo que ha hecho aún más interesante la experiencia en Zamorano es su programa de Aprender Haciendo, que es complementario a la formación teórica. A lo largo del año todos los estudiantes pasamos por diversos módulos, en los que podemos ver con un poco más de profundidad aspectos relacionados al sector agropecuario, para mencionar algunos: riego, ornamentales, maquinaria, suelos, frutales, forestales, planta de semillas, planta de concentrados, entre otros.
Madrugadas, trasnochos, estrés, frustración en algunos momentos, felicidad, amigos, risas, compartir, reglas, libertad, puntualidad y constancia, son aspectos que han hecho que sea diferente. La Escuela me ha dado las bases para disciplinarme, forjar mi carácter, levantarme ante las derrotas, vivir el día a día, tolerar a los demás, convivir en armonía, ser más puntual, enfocarme en lo que de verdad me gusta, aprender a manejar los momentos de cansancio y estrés, pues hay que seguir y las ocupaciones no esperan.
Zamorano me ha permitido potencializar mis fortalezas y cualidades, identificar mis debilidades y aquellas áreas en las que debo esforzarme un poco más. Siempre me levanto y doy gracias por esta oportunidad. Ya termina mi primer año, el tiempo no se detiene, la vida pasa y cada vez estoy más segura de que Zamorano es una decisión de éxito.
Todas mis expectativas fueron satisfechas, eso me llena de felicidad y ánimo para regresar el próximo año. Con muy buenos resultados a nivel académico subo este primer escalón. Gratitud inmensa hacia ustedes, por impulsarme a seguir, por apoyarme, por confiar y apostar por mí, por demostrar que las barreras son mentales, que si uno lucha por lo que quiere tienes más posibilidades de ganar que de perder, que no hay imposibles, que los sueños pueden convertirse en una maravillosa realidad.
Jimena Betancur Moreno.
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